Quinua y Agricultura a Pequeña Escala en Tiempos de COVID-19

Quinua y Agricultura a Pequeña Escala en Tiempos de COVID-19

Por Fabiana Li y Beatriz Manzano Chura

Traducción al español: Luisa Isidro Herrera

Este artículo se publicó originalmente en inglés en Anthropology Now 13 (2): 54-64 (2021). https://doi.org/10.1080/19428200.2021.1973278

En un momento en que la quinua se encuentra fácilmente en los estantes de los supermercados y restaurantes alrededor del mundo, es fácil pasar por alto su lugar de origen -la región del Lago Titicaca, el cual se extiende a lo largo de Perú y de Bolivia. La quinua se comenzó a cultivar en las altas llanuras de los Andes, donde los campesinos la siguen cultivando para alimentar a sus familias y para su distribución en el mercado. A medida que crece su popularidad internacional, la producción y el consumo de la quinua se expanden hacia diferentes países alrededor del mundo, removiéndola de su contexto cultural. Las campañas de marketing global han dado forma a la identidad de la quinua como un “superalimento”, un “grano antiguo” y como un producto alternativo de proteínas en contraste con la proteína de origen animal. La expansión internacional de la quinua también es el resultado del trabajo de expertos en desarrollo, científicos y agrónomos que promueven este grano como un cultivo que puede ayudar a combatir la inseguridad alimentaria y la desnutrición mundial. En el año 2013, José Graziano da Silva (Director General de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura –FAO–) llamó a la quinua como “[…] un nuevo aliado en la lucha contra el hambre y la inseguridad alimentaria […]”[1]., anunciando este año como el Año Internacional de la Quinua.

A pesar de la reputación mundial de la quinua, ésta sigue siendo fundamental para la identidad y la subsistencia de los campesinos quienes aún mantienen las formas tradicionales basadas en el cultivo de quinua como en Puno, Perú. Sin embargo, los agricultores de estas comunidades no siempre tienen los beneficios, tanto económicos como nutricionales, que están asociados con la quinua. La disyuntiva entre lo global y lo local es sentida por los agricultores tradicionales, quienes señalan que apenas se benefician de la venta de quinua. El renovado interés por la quinua ha llevado a campañas educativas a que promueven sus beneficios nutricionales, sin embargo, muchos jóvenes de Puno están perdiendo el gusto por ella y junto con esto las habilidades y conocimientos necesarios para cultivarla y prepararla.

Coautora Beatriz Manzano Chura. Beatriz posa con las diferentes variedades de quinua luego de la cosecha. Para Beatriz, esta fotografía representa la importancia de preservar las semillas de quinua, especialmente, la variedad colorida de la quinua, la cual está perdiendo importancia, ya que la gente prefiere sembrar y comprar la quinua blanca comercializada. Para recordar su cumpleaños y la temporada de cosecha, Beatriz usa un sombrero distintivo, aguayo (pieza hecha de lana de colores) y la pollera (falda) característicos del altiplano de la región.  

Este ensayo es una colaboración entre Fabiana Li, antropóloga que estudia la globalización de la producción de quinua, y Beatriz Manzano Chura, especialista en estudios de Comunicación cuyas experiencias vividas en una comunidad aymara en Puno fomentaron el interés para promover el consumo local de quinua y para trabajar hacia su revalorización. En este texto y en las fotografías complementarias tomadas por Beatriz, destacamos la conexión de la quinua con el Altiplano mientras los agricultores se esfuerzan por mantener la quinua en sus vidas y en sus dietas. El registro fotográfico presentado en este ensayo, son fotografías tomadas por Beatriz en su teléfono celular. Estas imágenes surgieron a partir de nuestros intercambios a través de WhatsApp y a veces por fotografías compartidas por Beatriz en su página de Facebook. Las fotografías y las redes sociales permiten que Beatriz documente las actividades cotidianas de su familia y le permite conectar con otros fuera de su comunidad. Éstas también hicieron posible que nos mantuviéramos en contacto durante el año pasado, pues colaboráramos conjuntamente a medida que la pandemia de COVID-19 interrumpió los planes para el trabajo de campo en persona.

Beatriz documentó la vida en su comunidad y el ciclo agrícola durante la pandemia. Ella fotografió a sus padres: Don Angelino y Doña Mercedes, mientras ellos se dedicaban al trabajo diario de mantener la economía doméstica en tiempos difíciles.

La pandemia se ha sumado a los desafíos que los campesinos ya enfrentaban para mantener sus prácticas agrícolas tradicionales, como las fluctuaciones previas en el precio de la quinua, la imprevisibilidad de las condiciones climáticas y el aumento de la migración rural-urbana. La pandemia alteró profundamente la vida en el campo, con confinamientos que interrumpieron el transporte, aumentos en el costo de vida y afectaron los presupuestos de cada familia con el regreso de algunos de sus miembros, quienes habían estado trabajando en la ciudad y habían contribuido económicamente a sus familias en comunidades rurales. El costo de los productos alimenticios importados de otras regiones aumentó, mientras que el precio de los productos locales se estancó, lo que dio lugar a dificultades económicas y al aumento de la inseguridad alimentaria. La pandemia hizo evidente la vulnerabilidad de los sistemas alimentarios locales y, al mismo tiempo, visibilizó la importancia de los cultivos tradicionales y la agricultura a pequeña escala para sostener a las familias localizadas en áreas rurales y urbanas.

Continuidad y Cambio en la Agricultura a Pequeña Escala

En septiembre, cuando comienza la temporada de siembra en el Altiplano, Valentín (también conocido como tata Valenti) lleva a una yunta (par de toros) tirando un arado a través de un campo, labrando la tierra para prepararla para la siembra de semillas. Con la ayuda de sus hijos, Valentín saca sus toros por la mañana para trabajar en los campos de los vecinos. A cambio de este servicio, Valentín sólo pide forraje para sus animales y una retribución económica según el trabajo realizado, haciendo mención que es “algo para llevar a casa”. Este método de arado, llamado yunta, es adecuado para las pequeñas tierras que son típicas en la región de Puno; los animales pueden trabajar en campos no urbanizables y en terrenos difíciles donde el uso de tractores es poco práctico. El uso de la maquinaria agrícola como los tractores y otros, tienen limitaciones para acceder a ciertos lugares como los cerros y las colinas. Además, esta maquinaria debe ser alquilada y pagada por minuto, lo que aumenta el costo de producción del cultivo. No obstante, cada vez más agricultores utilizan tractores en lugar de las yuntas, ya que alimentar y cuidar de los toros también es un gasto adicional. Actualmente, cada vez hay menos familias dispuestas a criar toros, ya que la alimentación de estos animales es costosa y las tierras de pastos se ven afectadas por la frecuente escasez de agua y por las sequías en estas regiones.

En las comunidades aymaras, algunos campesinos continúan utilizando herramientas manuales como el wiri, la jawkaña y la susuña. El wiri es un “arado de pie” hecho de madera para voltear la tierra en una época apropiada, que sucede en marzo o abril. La jawkaña es otra herramienta ancestral utilizada para trillar manualmente los granos, y la susuña esun tipo de cernidor que facilita la selección de granos andinos como la quinua y la cañihua. Algunos productores consideran que estos métodos y herramientas agrícolas tradicionales son más económicos y ecológicos, sin embargo, en la agricultura se está introduciendo maquinaria mecanizada para facilitar las actividades agrícolas, ya que cubren terrenos más amplios, lo que agiliza el trabajo. Consideraciones de tipo económico, de conveniencia y pérdida de conocimientos tradicionales son algunas de las razones por la que los pequeños agricultores están abandonando las herramientas y métodos tradicionales a favor de la agricultura mecanizada y la producción más intensiva.

Liderando un par de toros tirando de un arado a la manera tradicional (yunta), Don Valentín prepara los campos para la siembra.
De acuerdo con el sistema tradicional de rotación de cultivos, este campo de papas (cosechadas con herramientas manuales como la liwjana) se sembrará con quinua la temporada siguiente.

Uno de los aspectos más importantes de la agricultura tradicional es la rotación de cultivos para preservar la fertilidad del suelo. En el sistema aynokas de rotación sectorial de cultivos, el cultivo de papás en una temporada es seguido por la quinua al año siguiente. El cultivo de quinua se beneficia del abono utilizado para fertilizar las papas en la temporada anterior, y la cosecha de quinua será seguida por un grano (como trigo, centeno o cebada, avena) los mismos que serán sembrados en la próxima temporada. Después de esta rotación, lo ideal es dejar la tierra en barbecho, aunque esta práctica no siempre se sigue estrictamente, ya que los campos se han comenzado a utilizar de manera más intensiva.

Uno de los beneficios de la quinua es su adaptabilidad, puesto que crece en diferentes altitudes, en suelos que no soportarían otros cultivos y con poca agua. La quinua tiene cualidades que la hacen un producto deseable a nivel mundial. Estas son las cualidades que han hecho que la quinua sea deseable a nivel mundial, y los científicos están interesados en sus propiedades y su potencial para alimentar al mundo frente al cambio climático. Sin embargo, la resiliencia de la quinua no protege a los productores de los riesgos que acompañan a la agricultura a pequeña escala, que se ven exacerbados por condiciones de crecimiento cada vez más impredecibles. En los Andes, los agricultores luchan con un clima cambiante y condiciones climáticas extremas que pueden causar daños a los cultivos de quinua.

Los cambios ambientales como el descenso repentino de la temperatura que provoca heladas (la helada), afectan la producción de la quinua y la subsistencia de la población rural. Las pérdidas ocasionadas por las heladas es algo que no se puede calcular simplemente en términos de los daños al cultivo por metro cuadrado; detrás de cada cultivo están el valioso tiempo y los recursos invertidos por el productor. El productor incurre en muchos gastos, incluido el alquiler de la tierra, que muchas familias no poseen. A veces, se hace un acuerdo que se conoce como al partir, donde la mitad de la cosecha se entrega al propietario de la tierra, mientras que la familia que trabaja la tierra se queda con la otra mitad.

Ya sea alquilando o cultivando su propia tierra, los pequeños agricultores deben asumir todos los costos y la mano de obra involucrados en la producción agrícola. Estos costos implican arar la tierra y preparar el suelo quitando malezas, heno y objetos afilados, y contratar arados o yuntas. En las comunidades de Puno, la siembra, a veces, se hace contratando personas como jornaleros, pero también se puede hacer con ayni (trabajo recíproco donde las familias se ayudan entre sí). Esta práctica tradicional de ayuda mutua ha sido particularmente beneficiosa durante la pandemia.

Durante la temporada de maduración, la quinua y la cañihua deben protegerse con redes, espantapájaros y cercas con tiras brillantes o CDs, para evitar que las palomas dañen las panojas de quinua. El mayor desafío que enfrentan estos cultivos son los eventos climáticos como el veranillo (período seco), el hale o las heladas, que afectan todas las etapas del desarrollo de la quinua. Los productores también necesitan un lugar para el almacenamiento que proteja los cultivos de inundaciones o daños potenciales que podrían estropear la cosecha. Esta es la parte de la temporada en la que hay más en juego, por lo que los agricultores deben tener paciencia, esperar para identificar las panículas de quinua maduras y cosecharlas justo en el momento adecuado.

Los CD brillantes y la cinta de cinta de casete se cuelgan de las panículas de quinua en maduración para mantener alejadas a las aves que pueden dañar gravemente el cultivo antes de la cosecha.

En Perú, la agricultura a pequeña escala y los cultivos tradicionales a menudo están subvalorados. Sin embargo, la agricultura familiar alimenta a las familias rurales y a la población de las capitales de provincia y de distrito. Los ingresos económicos mínimos que los productores están acostumbrados a recibir conllevan a que éstos acepten los bajos precios ofrecidos por los intermediarios. Si bien, el Año Internacional de la Quinua (2013) originó un “auge temporal de la quinua”, muchos agricultores de pequeña escala ahora se centran en el cultivo de quinua para su propio consumo, ya que los precios de mercado apenas cubren los costos involucrados en el proceso de producción. En nuestras conversaciones con los agricultores, éstos se quejaron de que la larga cadena que separa a los agricultores de los consumidores no deja muchas ganancias en manos de los productores de quinua. Sin pertenecer a cooperativas de productores más grandes o sin formas de conectarse directamente con los exportadores y consumidores de quinua, los pequeños agricultores tienen escasos recursos para aumentar la producción u obtener mayores ganancias de sus ventas. La mejor opción es consumir la quinua, o almacenarla para comerla o venderla en tiempos de escasez.

Consumo de quinua y vías alimentarias locales

Durante la pandemia causada por COVID-19, el cultivo y el almacenamiento de alimentos en el hogar contribuyeron a la seguridad alimentaria de los hogares rurales. Esto fue particularmente importante porque el precio de los alimentos básicos (como el arroz, las frutas y las verduras) aumentó y los desplazamientos a las plazas de mercado o a la ciudad se limitaron debido a los confinamientos y a la restricción de transporte. Para la familia de Beatriz, este tiempo en casa alentó la preparación de alimentos tradicionales, incluidos platos hechos de quinua. Un alimento típico es el kispiño, el cual es quinua molida que se convierte en una masa y se moldea en la palma de la mano. El kispiño también se puede moldear para dar forma a figuras animales, las cuales simbolizan la fertilidad y el crecimiento de los rebaños para el próximo año.

Como las personas estaban más confinadas en el hogar, los confinamientos también fueron momentos para aprender sobre las prácticas tradicionales, tanto en el campo como en la cocina. Cuando el padre de Beatriz, don Angelino, regresaba de trabajar en el campo, compartía historias sobre sus experiencias de infancia y el uso de varios alimentos. Don Angelino habló de la importancia del kispiño en la agricultura, y durante los viajes mencionó que: “El kispiño de gran tamaño era para la temporada de siembra y cosecha de quinua; los pequeños eran para viajes largos. Cuando aún se practicaba el trueque, solíamos viajar con kispiño y cañihuaco (harina de cañihua)”. La gente confundía al cañihuaco con la tierra, ya que no estaban familiarizados con la harina de cañihua tostada. “Nuestra cocina tradicional, en esos días, se consideraba comida para gente pobre; no tenía el valor que tiene hoy entre personas de diferentes clases sociales”. Hoy en día, la quinua ha ganado una amplia aceptación por parte de los consumidores, sin embargo, en las comunidades rurales no se consume tan extensamente como podría ser.

Don Angelino muestra los diversos tipos de kispiño que se preparan para la cosecha, los viajes y otras ocasiones.

En conversaciones sostenidas con miembros de una cooperativa de quinua en Puno, María mencionó que su familia no comía quinua, pues toda la producción estaba destinada a la venta comercial. María mencionó que a sus hijos no les gustaba lavar la quinua antes de cocinarla, el cual es un paso lento, pero necesario para eliminar las saponinas, que son químicos vegetales que hacen que la quinua tenga un sabor amargo. Mientras que algunas personas se han alejado de la quinua en favor de alimentos de “conveniencia” como el arroz y la pasta; otras continúan cultivándola para el consumo de la familia y también reservan una parte de la cosecha para la venta.

Estudios recientes han demostrado que los niños de Puno padecen anemia y desnutrición, y sin embargo, muchas personas desconocen los beneficios nutricionales de los cultivos tradicionales como la quinua. Nuestras conversaciones con las familias también evidenciaron que ellas no conocían las diferentes formas de cocinar la quinua, además de los platos tradicionales como las sopas de quinua o la mazamorra (un tipo de pudín). A menudo, estos alimentos se comen en ferias o en ocasiones especiales, no como un alimento básico diario. Tradicionalmente, las hojas de la planta de quinua también se usaban como verdura, y algunas familias continúan consumiéndolas. Tanto los usos tradicionales como los usos nuevos de la quinua podrían ser promovidos para enriquecer la dieta de las personas e incentivar a los cultivos ancestrales. La pandemia ha puesto en evidencia la vulnerabilidad de la agricultura a pequeña escala, particularmente sobre aquellos productores que ya están al margen de la economía global. La experiencia de los pequeños productores de quinua muestra que la producción destinada a la exportación puede no generar un alivio económico inmediato, pero la quinua todavía tiene mucho que ofrecer como parte del panorama alimentario local.

Don Angelino descascara la quinua de manera tradicional usando la pekaña, un término aymara para una piedra de moler. El procesamiento de la quinua requiere mucho tiempo, lo que puede aumentar el atractivo de los alimentos comprados en la tienda como el arroz y la pasta.

Covid-19: Dificultades y esperanza

Perú experimentó los devastadores impactos de la pandemia desde el principio e implementó medidas estrictas para controlar la propagación del virus. Las interrupciones del transporte local y regional retrasaron el regreso de los habitantes de las ciudades para cosechar sus cultivos en el campo y limitaron los desplazamientos para comprar y vender suministros en los mercados locales y en la ciudad. Las prácticas agrícolas tradicionales, como los grupos de trabajo comunales y el intercambio de alimentos después de la cosecha, también se redujeron a medida que la pandemia alteró las formas de vida rurales.

Cuando se levantaron las restricciones de cuarentena en algunos sectores de Puno, la población comenzó a desplazarse, nuevamente, ignorando los protocolos de seguridad para protegerse de COVID-19, creyendo que el virus había desaparecido. El número de casos de COVID-19 continuó aumentando en Puno, y el gobierno regional implementó medidas de confinamiento una vez más. Con un transporte limitado (incluidos los asientos vacíos para permitir el distanciamiento social), algunas personas no pudieron llegar a los mercados de la ciudad para vender su queso, leche, carnes y otros productos. Algunos ítems, como las pieles de oveja y la lana, no podían alcanzar un buen precio en el mercado, por lo que era preferible guardarlas para usarlas en casa o para hacer ropa. Los precios de los productos agrícolas locales como la quinua, la papa y la cañihua no aumentaron. Esto, por un lado, llevó a que muchas familias no consiguieran satisfacer algunas necesidades por los bajos ingresos, y, por otro lado, las personas no tuvieran acceso a transporte para vender sus productos en los mercados de Puno y Juliaca.

Antes de la pandemia, el aumento de la migración de las comunidades rurales a la ciudad en busca de empleo llevó a muchas familias a abandonar la agricultura o a dejar sus campos al cuidado de sus parientes. Algunos migrantes abandonaron sus aldeas para trabajar en la ciudad o en industrias cercanas, y regresaron en medio de la pandemia. Algunos de los migrantes provenían de las minas de las provincias vecinas de Moquegua y Tacna, quienes fueron principales portadores del virus. Muchas personas suspendieron sus actividades económicas o dejaron de salir por temor a contraer el virus. Al mismo tiempo, las familias tenían más personas para alimentar y alojar, y el regreso de los migrantes también significaba que ya no podían contar con las remesas de los trabajadores empleados en las ciudades. La pérdida del empleo significó que una parte de los medios económicos que daban sustento a las familias se redujo.

Doña Mercedes inspecciona las panículas de quinua en busca de madurez, ya que la cosecha debe programarse con precisión para maximizar el rendimiento. También verifica si hay plagas que afectan a las plantas o daños causados por las heladas, lo que puede hacer que la quinua sea menos productiva y amarga.
Después de un largo día en el campo, Don Angelino lleva la quinua cosechada en una k’epiña o saco que es útil para esta tarea.

Muchas familias también disminuyeron sus actividades agrícolas y agropecuarias por razones económicas, como la escasez de mano de obra, maquinaria e incertidumbre sobre el futuro. Al concluir la cosecha de 2020, aquellas familias que continuaron cultivando se encontraron frente a una nueva forma de vida. El transporte en las zonas rurales todavía estaba limitado, y los productores vendieron sus productos a los precios bajos que ofrecían los compradores o intermediarios.

Los ingresos familiares se vieron afectados por el cierre de mercados, ferias y otras actividades comerciales. Los mercados son una fuente esencial de ingresos para las familias rurales, por lo que surgieron otras alternativas, como los negocios móviles donde la gente usaba vehículos para visitar diferentes localidades para vender productos básicos. Sin regulaciones para evitar el aumento excesivo de los precios, los precios de las frutas y verduras aumentaron, lo que significaba que algunas familias no podían permitirse comprar estos productos.

En las comunidades rurales, los agricultores, ganaderos y artesanos continuaron trabajando y produciendo artículos para minimizar los costos de vida. Algunas personas volvieron a practicar el trueque o el intercambio de alimentos como animales pequeños y productos como: queso, leche, trucha y carne. La gente empezó a guardar semillas para continuar la siembra en la próxima temporada.

Don Angelino coloca la quinua en una pila, donde se dejará secar hasta que esté lista para trillar, aventar y almacenar.

Con la agitación política que se está produciendo en el país, una vez más queda claro que las zonas rurales siempre son olvidadas. Hay una falta de políticas públicas enfocadas a la agricultura de pequeña escala, con poca atención al derecho a la alimentación y los principios de soberanía alimentaria. Sin embargo, la pandemia ha enfatizado sobre la importancia crucial del sector agrícola, y la agricultura familiar a pequeña escala en particular, para la economía local. La resiliencia de los pequeños agricultores frente a las dificultades ha sido esencial para alimentar y sostener a la sociedad y ha contribuido a la seguridad alimentaria en las comunidades rurales.